3.05.2013

Pequeña recopilación

Tiempo. El olvido le acariciaba suavemente la mejilla, la eternidad la estaba despojando de su vasto campo, de su cosmos.. Su universo. Los días se volvían arena en sus manos, los recuerdos le golpeaban el cuerpo y estremecían su alma, lográndo envolverla en un abismo solitario. Solitario como su vida, como su alma. Atosigada por los fuegos del presente, creyó verse, enajenada; extraída de su propio espíritu, ajena en cuerpo y alma..
Había despertado algo agitada, pero lógicamente lo atribuyó al supuesto sueño que había tenido momentos atrás, intentó calmarse y respirar profundo, pero algo le oprimía el pecho, le nublaba la razón y le cerraba la garganta.
Intentó en vano y por todos los medios, librarse de esa sensación que la asfixiaba, necesitaba una presencia.. Algo, mejor dicho alguien que cortara con esa penumbra, con ese sórdido silencio que la estaba envolviendo.. No quiso admitirlo, prefirió que la inmensidad de sus recuerdos la absorbiesen, llenando su espacio, su tiempo, dándole forma a esa presencia que le faltaba.
"El compás de los cuerpos meciéndose.. Amándose, sincronizados. El calor de las almas fundiéndose, entremezclándose y queriéndose saber, anhelando conocer cada retazo.. Cada espacio habitable, abismalmente cálido.." Arrojó el papel al suelo de su habitación, no le gustaba escribir sobre él.
Ambos sabían en lo más oscuro de sus vidas que las cosas no serían así por siempre. Que las cosas cambiaban, las situaciones eran distintas y -por sobre todas las cosas- las personas evolucionaban. Evolucionaban.. ¿O involucionaban? Eso ya no importaba, o quizás sí. O quizás nunca nada importó, la vida seguía, y los objetos eran banales espejitos de colores. Sí. Esa era la respuesta.
Cuando estaba con él las cosas eran más profundas, los colores eran más intensos, las miradas enamoraban y las personas no eran tan sucias en el fondo.. Le removía los sentidos, le apelmazaba los remordimientos y desintegraba el eje de su cordura, dejándola así desprovista de cualquier cable a tierra.
Detestaba mostrarse débil, porque en realidad lo era: Vulnerable.
Decidió que lo mejor sería despejarse, quiso descargar esa tormenta de sentimientos en el papel, aunque creyó que era muy pronto. Todavía le ardían los recuerdos. Prefirió perderse en el mundo onírico, soñar con sus vacíos y llenarlos de caricias al alma. O al menos, olvidar. Olvidar es un sentimiento doloroso, es el todo y la nada. La nada misma, una vez que se olvida, se es nada. Uno es lo que vive, lo que vivió y vivirá. Pero al fin y al cabo, estaba segura que todas esas palabras que iba tejiendo en su mente, como una telaraña, como un discurso burdo que se repetía una y otra vez, eran una falacia. Que lo quería y que el tiempo no curaba.
No quiso engañarse más, ambos tenían la certeza que iban a verse otra vez, que estaban predestinados a vivir en compañía, uno con el otro, siendo uno.. Los dos. De la forma que fuese, de la forma que estuviese preestablecido. Se querían y se odiaban, eran un remolino de sensaciones. Y cada uno tenía su forma especial para demostrar amor, queriéndose tanto sin saberse querer. Destruyéndose por partes, alimentando los egos rabiosos que buscaban un poco de cariño. Enmendándose las heridas que la vida les había dejado, con besos y caricias, que nadie les había sabido dar. Verlos era poesía, ellos eran poesía. Un poema infinito, que tenía las raíces en el suelo, y ellos se encargaban de volar, de volar y escribir la historia. De crear los versos, de hacer el amor en forma de estrofa. Y se querían. Y se necesitaban.

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