6.09.2013

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Desperté. Miré por la ventana, siempre abierta, algunas luces callejeras estaban prendidas y hacía un poco de frío, el frío clásico de junio. No sé qué hora serían en particular, pero creí que me desperté situada en el limbo entre la noche y el día, me levanté por instinto, inspeccionando con los dedos de mis pies el suelo, repleto de papeles y lápices, bocetos de escritos que dejaré para tiempos mejores. Fui a tientas hasta el escritorio, encontré un cigarrillo y me senté en la ventana a fumar, a fumar y pensarte.
Quería encontrar una forma de describirte, me gusta describir personas usando metáforas que quizás nadie pondría juntas, como por ejemplo, hablar sobre el fuego de tu mirada, sobre el incendio que emanaban tus ojos cuando hablabas sobre tus pasiones.
Me gustaba hacerte sonreir, era una suerte de logro, una satisfacción que llevaba conmigo como bandera; como el café de cada día, como encontrarte un día de sol cualquiera -digo de sol, porque él, tan perspicaz, iluminaba el costado de tu cara para resaltar tu belleza natural, tu palidez innata- y darte un beso, de esos besos-causales.
Podría pasar mucho tiempo hablando de vos y tus besos.
Los que te di, y los que me faltan.
Y los días que nos quedan por pasar.
Y las noches en que nos tenemos que buscar,
y amar,
y tocar,
y soñar.

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